Zhuangzi

 

 

El Zhuang Zi es una colección de anécdotas e historias y algunos comentarios filosóficos. El maestro Zhuang fue un personaje histórico, que vivió en el período de los Estados Combatientes (475-221 aC). El texto suele ser considerado como el texto taoísta más importante después del Daode Jīng, y es apreciado por la mucho mayor inteligibilidad del material que contiene. La palabra Zhuang  (  ) es tanto un apellido común y una palabra que significa pueblo, por el camino, así que, aunque la mayoría de chinos entienden "Zhuang zǐ" como "un filósofo llamado Zhuang," es posible que el nombre en realidad debería ser entendido como "un pueblo sabio" o "sabios del pueblo", así como Lǎo zǐ es "un viejo filósofo".

 

 

 

 

Capítulo VI
EL GRAN MAESTRO ANCESTRAL

I

Conocer las acciones del Cielo,
conocer las acciones del hombre,
es el Conocimiento Supremo.
Conocer las acciones del Cielo
es vivir la vida asignada por el Cielo.
Conocer las acciones del hombre
es utilizar lo que se conoce
para nutrir lo que se desconoce,
agotar los años impartidos por el Cielo
y evitar en medio del camino
el asalto de la muerte.
Éste es el conocimiento perfecto.

Sin embargo, hay una dificultad:
el adecuado conocimiento depende siempre de algo,
y este algo no es nunca fijo.
¿Cómo puedo saber si lo que llamo Cielo no es el hombre?
¿si lo que llamo hombre no es el Cielo?

Sólo el conocimiento es Verdadero
cuando el hombre es Verdadero.
¿Qué significa un Hombre Verdadero?
El Hombre Verdadero de antaño
se acomodaba a la escasez,
no se enorgullecía con el éxito,
no actuaba con planes.
Un hombre así erraba sin arrepentirse,
acertaba sin vanagloriarse.
Un hombre así ascendía sin vértigo a lo más alto,
se sumergía en lo profundo sin mojarse,
penetraba en el fuego sin quemarse.
Su conocimiento era tan alto como el Tao.

El Hombre Verdadero de antaño dormía sin sueños,
despertaba sin quejas,
comía sin distinciones,
respiraba hasta lo más hondo.
La respiración del Hombre Verdadero llegaba hasta sus talones.
La del hombre común se queda en la garganta;
por eso, cuando algo le subyuga,
se le atragantan las palabras.
Si la pasión y el deseo son profundos,
débil es la fuerza interna del Cielo.

El Hombre Verdadero de antaño
ignoraba el amor a la vida,
el odio a la muerte.
Alerta siempre y ligero
en su ir y venir: eso era todo.
Consciente de su origen,
sin preocuparse por el fin.
Complaciéndose en recibir.
Olvidándose al entregar.
Esto es lo que se llama no dañar al Tao con el corazón,
no estorbar al Cielo con lo humano.
Así era el Hombre Verdadero.

De corazón calmado, rostro tranquilo,
frente serena.
Como el otoño, frío,
como la primavera, cálido.
Airado o alegre según el humor de las cuatro estaciones.
Adaptándose a las cosas, a los seres,
sin que nadie conociera sus límites.

Así, un Santo al frente de un ejército
conquistaba un país sin perder sus habitantes.
Repartía sus bienes entre mil generaciones
sin que el amor lo empujara.
Quien se regocija entre los hombres,
no es un Santo.
Quien actúa con afecto,
no es benevolente.
Quien escoge el momento,
no es sabio.
Quien no equipara pérdidas y beneficios,
no es un hombre de bien.
Quien actúa por renombre y se pierde,
no es un hombre honesto.
Quien se destruye huyendo de la verdad,
no es apto para el gobierno.
Hu Buxie, Wu Guang, Bo Yi, Shu Qi,
Jizi, Xu Yu, Ji Tuo y Shentu Di
servían como esclavos de los otros,
se complacían complaciendo a los demás,
pero nunca complaciéndose ellos misrnos.

El Hombre Verdadero de antaño
se imponía a los hombres sin tomar nunca partido.
Pareciendo necesitado, no aceptaba nunca nada.
Solitario y seguro, nunca rígido.
Noble y humilde, nunca fastuoso.
Risueño, ¡siempre alegre!
Activo, cuando era inevitable.
Concentrado, de faz resplandeciente.
Cauteloso, conteniendo su Virtud.
Tolerante, parece mezclarse con el mundo.
Arrogante, nunca dominado.
Lejano, encerrado en su silencio.
Perdido, olvidando sus palabras.
De los castigos hacía el tronco.
De los ritos, las alas.
De la sabiduría, lo oportuno.
De la Virtud, el camino.
Quien hace de los castigos el tronco,
castiga con indulgencia.
Quien hace de los ritos las alas,
puede moverse en el mundo.
Quien hace de la sabiduría lo oportuno,
sólo en lo inevitable actúa.
Quien hace de su Virtud el adecuado camino,
alcanza la cima con sus propios pies.
Ascensión penosa, pensaban los hombres.
Así, lo que él amaba era Uno.
Lo que él no amaba era Uno.
Lo que en él se unificaba era Uno.
Lo que en él no se unificaba era Uno.
Estando unificado, acompañaba al Cielo;
no estando unificado, acompañaba al hombre.
Cuando hombre y Cielo en nada rivalizan,
allí aparece el Hombre Verdadero.


II

Vida y muerte sucediéndose:
el Decreto.
Noche y día, inmutables, sucediéndose:
el Cielo.
Para el hombre, inaccesible:
esencia de los seres y las cosas.
Si hay hombres que aman al Cielo como a un padre,
¡cuánto más amarían Aquello que se eleva sobre el Cielo!
Si hay hombres que, amando a su señor más que a sí mismos,
son capaces de sacrificarse por él,
¡cuánto más lo harían por la Única Verdad!

Cuando se seca un manantial,
los peces agonizan en el fondo,
por eso se alientan entre ellos,
con sus babas se humedecen mutuamente;
mejor les fuera ignorarse los unos a los otros,
liberándose en los lagos y en los ríos.
Antes que elogiar a Yao o condenar a Jie,
mejor olvidarse de ambos y fundirse en el Tao.

La Tierra me ha dado mi cuerpo,
me ha dado la labor de mi vida,
el ocio de la vejez y el descanso de mi muerte.
Lo que me impulsa a amar la vida
me impulsa a amar la muerte.

Esa barca escondida en un barranco,
esa red escondida en un pantano,
se creen seguras allí.
Pero si en medio de la noche
alguien fuerte se las lleva y las carga a sus espaldas,
no se enterará siquiera ni el que allí las dejó.
Lo pequeño escondido en lo grande:
tiene su lugar aunque puede perderse.
Mundo escondido en el mundo:
nada se puede perder.
Así es la realidad fundamental de lo inmutable.
El hombre se alegra tan sólo con su forma de hombre;
pero si esa forma sufre continua, indefinidamente
Diez Mil Transformaciones,
¿acabará alguna vez de contar sus alegrías?
Así el Santo se recrea entre los seres y las cosas
que no pueden perderse,
y con ellos siempre permanece.
Muerte prematura, vejez,
origen y fin
le procuran el mismo contento.
Y si el hombre gusta de imitar al Santo,
¡cuánto más debería imitar
Aquello que une a los Diez Mil Seres,
Aquello de lo que dependen todas las transformaciones!


III

El Tao es algo seguro, real.
Carece de forma, no actúa.
Se transmite, no se recibe.
Se posee, no puede verse.
Él mismo, tronco y raíz.
Antes del Cielo y la Tierra,
ya existía imperturbable
en su propia Antigüedad.
Animó al soberano,
a los espíritus,
creó el Cielo y la Tierra.
Por encima de la Cumbre Suprema, sin altura.
Por debajo de las Seis Direcciones, sin hondura.
Nacido antes que el mundo, sin edad.
Más antiguo que la Alta Antigüedad y sin vejez.
Xiwei lo obtuvo y armonizó Cielo y Tierra.
Fuxi lo obtuvo
y penetró el origen de los soplos.
La estrella polar lo obtuvo
y ya nunca más cambió.
El sol y la luna lo obtuvieron
y ya nunca más cesaron.
Y Kanpi, que penetró en los montes Kunlun,
y Pingyi, que atravesó a nado el gran río.
Y Jian Wu, que habitó la montaña Taishan.
Y el Emperador Amarillo, que cabalgó sobre nubes.
Y Zhuan Xu, que habitó el Negro Palacio.
Y Yuqiang, que se fue al polo Norte.
Y Xiwangmu, que se asentó en Shaoguang.
Nadie conoce su principio.
Nadie conoce su fin.
Pengzu lo obtuvo y vivió desde la época Shun
hasta la de los Cinco Príncipes.
Fu Yue lo obtuvo,
fue ministro de Wuding
y gobernó el Imperio,
ascendió hasta la estrella Dong Wei,
cabalgó a Sagitario, a Escorpión,
y se fundió con los astros.


IV 

Zikui de Nanpo preguntó a Nuyu:
«¿Por qué a pesar de tu avanzada edad
tienes el aspecto de un niño?».

«Yo he oído el Tao» - respondió Nuyu.
«¿Puede ser aprendido el Tao?».

«No - replicó Nuyu -, tú no servirías para ello.
Buliang Yi tenía la aptitud para ser un Santo,
pero no tenía el Tao del Santo.
Yo, que poseo el Tao, no tengo la aptitud.
Quería enseñárselo.
¡Deseaba tanto verle convertido en Santo!
Pero no fue una empresa fácil.
Sin embargo, cuando se posee el Tao del Santo
no es difícil transmitirlo al que tiene aptitudes para ello.

Yo he guardado el Tao en mí, instruyéndole:
En tres días, fue capaz de apartarse del mundo,
una vez apartado, yo seguía guardando el Tao.
En siete días, se apartó de los seres;
una vez apartado, yo seguía guardando el Tao.
En nueve días, se apartó de su vida;
habiéndose apartado, la aurora le inundó.
Inundado de luz, despertó a lo Único.
En lo Único, pasado y presente se abolieron.
Con el pasado y presente abolidos,
penetró en la no-vida, en la no-muerte.
Lo que mata la vida no muere.
Lo que da vida no nace.
En cuanto a las cosas,
es aquella que a todas acoge y acompaña,
es aquella que todo lo destruye
y que todo lo genera.
Su nombre es "lucha serena" ,
después de la lucha: el acabamiento».

«¿Dónde has aprendido todo esto?» - preguntó Zikui de Nanpo.
«Lo aprendí del hijo de Escritura - respondió Nuyu -,
que lo había aprendido del nieto de Recitación-Continua,
el cual a su vez lo había aprendido de Mirada-Luminosa,
quien asimismo lo aprendió de Murmullo-Acordado,
y este último lo aprendió de Práctica-Obligada,
que asimismo lo había aprendido de Alegre-Balada,
quien a su vez lo aprendió de Sutil-Oscuridad,
el cual lo había aprendido de Misterioso-Vacío,
que a su vez lo aprendió de Origen-Evanescente».


V

Cuatro hombres, los Maestros Si, Yu, Li y Lai,
se dijeron:
«¿Quién puede hacer de la Ausencia, la cabeza,
de la vida, la espina dorsal,
y de la muerte, el lomo?
¿Quién ha comprendido que vida y muerte,
conservación y destrucción,
forman el mismo y único cuerpo?
El que alcance a comprenderlo será nuestro amigo».
Los cuatro se miraron sonriendo.
Ninguno se opuso y así se hicieron amigos.

Cuando el Maestro Yu de repente cayó enfermo,
el Maestro Si fue a visitarle.
«¡Grandioso! - dijo Yu -.
¿Cómo es que Aquello que todo lo hace
me ha deformado de esta manera?
Ha jorobado mi espalda y la ha levantado.
Mis cinco vísceras por encima de la nuca.
Mi mentón a la altura del ombligo.
Mis hombros más altos que mi cráneo,
y las vértebras cervicales apuntan hacia el Cielo.
¡Mis energías Yin y Yang están obstruidas!».

Sin embargo su espíritu era sereno y sin preocupaciones.
Se arrastró hasta un pozo para ver su reflejo:
«¡Ah! ¡Aquello que todo lo hace
se afana todavía más en deformarme!».

«¿Le odias? » - preguntó el Maestro Si.

«No, ¿por qué iba a odiarle? - contestó Yu -.
Mi brazo izquierdo se transformará en un gallo,
y así podré cantar para anunciar la aurora.
Mi brazo derecho, en una bala de ballesta,
y así podré cazar búhos y asarlos para la cena.
Mis nalgas se transformarán en ruedas,
mi espíritu, en un caballo, y así cabalgaré;
¿para qué querría yo otra montura?
Además, ganar la vida es pura circunstancia,
perderla, un puro conformarse.
Cuando uno se acomoda a las circunstancias
ni pena ni alegría pueden entrar.
Antaño se decía: "Haber desatado el nudo".
Cuando uno no puede librarse por sí mismo,
es que las cosas le atan.
Ahora bien, nada se puede contra el Cielo.
¿Para qué iba yo a sentir odio?».

Súbitamente, el Maestro Lai cayó enfermo,
agonizando en el umbral de la muerte.
Su mujer y sus hijos le rodeaban llorando.
Cuando fue a verle el Maestro Li, éste dijo a su familia:
«¡Fuera de aquí! ¡No estorbéis su transformación!».

Y acercándose a la puerta del enfermo, le dijo:
«¡Grandioso es Aquello que todo lo crea y lo transforma!

¿Qué hará de ti?
¿Adónde serás enviado?
¿Te convertirás en el hígado de una rata
o en la pata de un escarabajo?».

El Maestro Lai le respondió:
«Un niño con padre y madre
va al este, al oeste, al norte o al sur,
adondequiera que ellos le manden.
Para un hombre, el Yin y el Yang
son más que un padre y una madre.
Son ellos quienes me han traído
hasta el umbral de la muerte.
Si lo rehusara, les desobedecería.
Además, ¿de qué puedo culparles?
La Tierra me ha dado mi cuerpo,
me ha dado la labor de mi vida,
el ocio de la vejez
y el descanso de mi muerte.
Por la misma razón que me parece bueno vivir,
me parece bueno morir.
Si ahora un Maestro fundidor de metales
viera saltar del horno un trozo de metal que le dijera:
"Quiero que me des la forma de la espada Moye",
el fundidor pensaría sin duda que es un metal funesto.
Si, de repente, apareciese una forma humana que dijera:

"Yo quiero ser hombre y sólo hombre",
Aquello que todo lo crea y lo transforma
pensaría sin duda que era un hombre funesto.
Si, de repente, yo hiciera del Cielo
y la Tierra un gran horno,
y de Aquello que todo lo crea y lo transforma
hiciera un Maestro fundidor,
¿habría algún lugar adonde yo pudiera no ir?».


VI

Tres hombres, el Maestro Sanghu,
Meng Zifan y el Maestro Qinzhang,
comentaban entre ellos:
«¿Quién de nosotros puede relacionarse sin tener relaciones?,
¿estar de acuerdo sin acuerdos?
¿Quién de nosotros puede ascender al Cielo,
pasearse entre las nubes,
errar en lo infinito,
y olvidarse de los otros
por los siglos de los siglos?».

Los tres se miraron sonriendo.
Ninguno tenía nada que oponer
y así se hicieron amigos.

Después de un período de calma,
el Maestro Sanghu murió.
Antes del entierro, Confucio,
al enterarse de la noticia,
envió a Zigong para los funerales.
Éste, al llegar, vio a un hombre
componiendo una canción
y a otro tocando su laúd.
Los dos cantaban así:
«¡Ah! ¡Sanghu! ¡Querido Sanghu!
¡Has regresado a tu verdad!
¡Pero ay de nosotros que seguimos siendo humanos!».

Zigong se apresuró a preguntarles:
«¿Cantar así ante un cadáver
es conforme a los ritos?».

Los dos hombres se miraron y sonrieron.
«¡Qué sabrás tú de los ritos!», dijeron.

Zigong regresó donde Confucio y le dijo:
«¿Qué clase de hombres son éstos?
Su conducta es indecente.
No hacen caso de sus cuerpos,
cantan en presencia de un cadáver
sin cambiar la expresión de sus rostros.
No hay palabras para nombrarlos.
¿Pero qué clase de hombres son?».

«Son la clase de hombres que viven fuera del mundo,
- contestó Confucio -. Yo, sin embargo, aún estoy dentro.

El afuera y el adentro no tienen nada en común.
¡Ha sido estúpido por mi parte haberte asignado esta misión!
Estos hombres son compañeros de Aquello que todo lo crea,
habitan en el soplo único del Cielo y de la Tierra.
Consideran la vida como una excrecencia tumorosa,
la muerte como una pústula reventada.
Para ellos, no hay diferencias entre la vida y la muerte,
el antes y el después.
Toman de la diversidad
lo que unifican en su propio cuerpo.
Olvidan hígado y vesícula,
Rechazan vista y oído.
Invierten origen y fin.
Ignoran todos los límites.
Vagan libremente más allá del polvoriento mundo
ejercitándose en la No-intervención.
¿Para qué rebajarse practicando los ritos comunes
y servir de espectáculo a los hombres?».

«Maestro, ¿de qué parte estás tú?»
- preguntó Zigong.

«Yo soy un condenado por sentencia del Cielo
y tú compartes mi misma suerte», dice Confucio.

«Maestro, ¿me puedes revelar ese secreto?».

Confucio contestó:
«Los peces se mueven en el agua,
Los hombres caminan por el Tao.
Los que se encuentran bien en el agua
van hasta el fondo del estanque y allí se alimentan.
Los que se encuentran bien en el Tao
van hasta el fondo de la No-intervención y allí habitan.
Por ello se dice: "En los lagos y ríos,
los peces se ignoran entre ellos,
así los hombres en la práctica del Tao».

«¿Y los hombres extraordinarios?» - preguntó Zigong.

«Son extraordinarios entre los hombres,
pero iguales ante el Cielo.
Por ello se dice: "Un hombre pequeño para el Cielo
es un hombre grande entre los hombres.
Un hombre grande entre los hombres
es un hombre pequeño para el Cielo».


VII 

Yan Hui preguntó a Confucio:
«Cuando su madre murió,
Mengsun Cai lloró sin lágrimas,
su corazón ignoró la tristeza,
y su duelo fue sin dolor.
A pesar de estas tres faltas,
en el Estado de Lu se le considera
como el mejor conductor de duelos.
¿Se puede adquirir la fama de algo que no se realiza?
¡Me parece tan extraño!».

«Mengsun ha llegado a la cima
-respondió Confucio -.
Está más allá del saber.
Simplificando más aquellos ritos
no habría conseguido nada.
Ya los ha simplificado bastante.
Mengsun ignora qué es la vida o la muerte
y cuál de ellas viene antes o después.
Se transforma adaptándose al misterioso cambio,
eso es todo.
Transformándose,
¿cómo sabe que se está transformando?
No transformándose,
¿cómo sabe que no se está transformando?
Tú y yo, aún sin despertar de nuestro propio sueño.

En cuanto a él, su cuerpo se estremecía pero no su espíritu.
Habitó tantas moradas como mañanas tienen los días,
pero nunca le llegó la verdadera muerte.
Sólo Mengsun estaba despierto.
Cuando los hombres lloraban, él lloraba con ellos:
eso era todo.
Además, ¿cómo saber quién es este "yo" que yo digo?
Tú sueñas ser un pájaro y te elevas en los cielos.
Sueñas ser un pez y te sumerges en las aguas.
¿Cómo saber si el que habla está dormido o despierto?
Mejor que lo adecuado: la risa espontánea.
Mejor aún: confórmate a Aquello que todo lo ordena
y olvida la transformación.
Así se entra en el Cielo inmenso de la Unidad».


VIII 

Yi Er Zi fue a ver a Xu You,
y éste le preguntó:
«¿Qué te ha enseñado Yao?».

«Me ha dicho:
"Observa las reglas de la benevolencia y el deber.
Distingue claramente la afirmación de la negación"».

«Entonces, ¿para qué has venido a verme? - replicó Xu You -.
Si él con la benevolencia y el deber
te ha marcado la frente
y con la afirmación y la negación
te ha arrancado la nariz,
¿cómo podrás andar libremente
por los lejanos e infinitos caminos?».

«Sin embargo, me gustaría recorrerlos».

«¡lmposible! - exclamó Xu You -.
Un tuerto no puede apreciar la belleza de un rostro.
Un ciego no puede contemplar
el verde y amarillo de los brocados».

Yi Er Zi preguntó:
«Wuzhuang perdió su belleza.
Juliang perdió su fuerza.
El Emperador Amarillo perdió su sabiduría.
Los tres fueron forjados por el Tao.
¿Cómo saber si Aquello que todo lo crea
no borrará la marca de mi frente,
no restituirá mi nariz cortada,
y persiguiendo mi transformación
no podré yo, Maestro, seguirte?».

«iAh! Nada sabemos - replicó Xu You -.

Te lo explicaré brevemente:
mi Maestro, ioh, mi Maestro!,
desmenuza los Diez Mil Seres,
pero no por eso es cruel.
Sus bondades se extienden sobre diez mil generaciones,
pero no por eso ejerce la benevolencia.
Es más viejo que la Alta Antigüedad,
pero no por eso es un anciano.
Él contiene Cielo y Tierra,
modela todas las formas,
pero no por eso es hábil.
Así es el mundo donde él habita».

IX 

«¡He progresado!» - dijo Yan Hui.

«¿En qué?» - le respondió Confucio.

«He olvidado la benevolencia y el deber».

«Eso está bien, pero aún no es bastante».

Otro día, Yan Hui volvió a ver a Confucio.
«¡He progresado!» - dijo Yan Hui.

«¿En qué?» - respondió Confucio.

«He olvidado los ritos y la música».

«Eso está bien - respondió Confucio -, pero aún no es bastante».

Otro día, Yan Hui volvió a Confucio
y le dijo:
«Me he asentado en el olvido».

«¿Qué entiendes por asentarse en el olvido?»
- preguntó Confucio asombrado.

«Abandonar el cuerpo.
Eliminar la percepción.
Alejarse de la forma.
Separarse de la inteligencia
y unirse a la Gran Interacción.
Eso es lo que yo entiendo por asentarse en el olvido».

«Unificándote, no tienes preferencias.
Transformándote, no tienes permanencia.
¡Eres un Sabio verdaderamente!
Déjame ser tu discípulo» - dijo Confucio.



Ziyu y Zisang eran amigos.
Hacía diez días que no paraba de llover.
Ziyu pensó:
«El Maestro Sang debe estar muerto de hambre».
Y cogió algo de comer para llevárselo.
Al llegar a su puerta, oyó a alguien gimoteando,
mientras cantaba acompañado de un laúd:
«¡Oh, Padre! ¡Oh, Madre!
¡Oh, Cielo! ¡Oh, Hombre!».
A duras penas pronunciaba las palabras,
esforzándose en cantar.
Ziyu entró y le dijo:
«¿Por qué cantas eso?».

«Me preguntaba quién es la causa
del lamentable estado en que me encuentro;
y no he encontrado respuesta.
¡Cómo mi padre o mi madre habrían podido
desear para mí una miseria semejante!
¡Cómo el Cielo que todo lo cubre
y la Tierra que todo lo sostiene
habrían podido desear para mí una pobreza semejante!
Busco pero no encuentro una respuesta.
¡A no ser que haya sido el Decreto
quien me ha reducido a este lamentable estado!».

 

 

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